Luego
de mucho buscarla durante décadas, científicos detectaron en el
espacio la primera molécula que se formó en el universo y lo
publicaron en Nature.
Se
trata de hidruro de helio o HeH+, que se formó justo después del
Big Bang hace unos 14.000 millones de años.
La
huella de esa molécula fue observada en nuestra Vía Láctea gracias
al observatorio aéreo Sofía, de la Nasa, cuando el avión volaba
alto sobre la superficie terrestre y dirigía su mirada al espacio
profundo.
En
la primera fase del universo solo unos pocos tipos de átomos
existían, casi todo era helio e hidrógeno. Los científicos
consideran que unos 100.000 años luego del Big Bang esos dos
elementos se combinaron para formar una molécula por primera vez. De
modo que el hidruro de helio fue la primera molécula de acuerdo con
los estudios, pero hasta el momento había un problema: nunca se
había logrado detectar.
“La
falta de evidencias sobre la existencia del hidruro de helio en el
espacio interestelar fue un dilema astronómico durante décadas”,
explicó Rolf Guesten, del Max Planck Institute for Radio Astronomy
en Bonn, Alemania, director del estudio.
La
molécula fue detectada por Sofía en una nebulosa planetaria, un
remanente de lo que fue alguna vez una estrella como el Sol, a unos
3.000 años luz hacia la constelación del Cisne. La nebulosa, NGC
7027, tiene las condiciones para que la misteriosa molécula se
forme.
Harold
Yorke, director del Centro de Ciencias de Sofía en California,
comentó en una declaración que “la molécula estaba escondida
justo afuera, pero necesitábamos el instrumento adecuado para hacer
las observaciones en la posición correcta y Sofía fue capaz de
hacerlo”.
El
hidruro de helio es problemático, porque el mismo helio es un gas
noble, haciendo que sea improbable una combinación con cualquier
otro átomo. Pero en 1925 fue creada esa molécula en laboratorio.
A
finales de los años 70 cuando se estudiaba aquella nebulosa, se
pensó que era indicada para que allí se formara la molécula. Hasta
ahora nunca pudieron detectarla, en buena parte por la falta de la
tecnología adecuada para ello.
Fue
posible con Sofía, un avión observatorio que vuela a 13.700 metros
de altura y cuyos telescopios pueden ser mejorados con frecuencia, lo
que no se puede con otros de gran calado que requieren mucho tiempo y
dinero para las adaptaciones.
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