Durante muchísimo tiempo se ha dicho que en las sociedades cazadoras-recolectoras los hombres salían a cazar y las mujeres quedaban en casa en las tareas de recolección. Una división que se mantiene hasta nuestros días y que ha hecho mucho daño.
Miren lo que encontraron científicos en un estudio publicado en Plos One, en el que consideraron información de etnógrafos (investigadores que estudian la cultura) y de observadores desde finales de los1800 hasta hoy.
Determinaron que en el 80 % de las sociedades cazadoras participaban las mujeres. Y es que ejemplos abundan, de mujeres en los matses en la Amazonia peruana cazaban roedores con machetes, hasta las agta de Filipinas cazaban cerdos y venados con flechas, y las abuelas aka y niñas de hasta 5 años de edad que cazan puerco espines en el centro de África.
"Hemos analizado reportes acá y allá sobre las mujeres cazadoras", dijo en una nota de Science Vivek Venkataraman, antropólogo evolutivo en la University of Calgary. Él no participó en la nueva investigación.
Desde comienzos a mediados del siglo pasado, antropólogos influyentes impusieron el punto de vista de que la caza y el consumo de carne generaron los más grandes cambios evolutivos en la humanidad, incluyendo el bipedalismo, los cerebros grandes, y el uso de herramientas. En lo que se ha denominado la narrativa del hombre cazador, los machos ancestrales iban lejos en busca de presas mientras las hembras humanas se quedaban en labores de recolección de plantas y el cuidado de los menores. El hombre cazador y la mujer recolectora establecieron un trabajo basado en el sexo, quizás desde hace más de un millón de años según esas historias.
El pensamiento era que solo los hombres podían ser cazadores por su supuesta superior fortaleza, explicó Sang-Hee Lee, antropóloga biológica de la University of California, Riverside. Los proponentes sostenían que las mujeres no podían cazar "porque tienen bebés. Tienen períodos. Su sangre atraerá otros depredadores". Las mujeres adicionalmente estaban impedidas por naturaleza "más sedentaria y menos agresiva", escribía el antropólogo Brian Hayden en 1981.
En 1966, recuerda Science, un influyente simposio en University de Chicago reforzó esa idea. Asistieron 70 hombres y 5 mujeres y presentaron información disponible sobre primates, sociedades recolectoras recientes, fósiles y artefactos. Varios participantes concluyeron que los machos cazadores proporcionaban la carne crítica para vivir y la evolución humana. Pero las fuentes de datos estaban sesgadas hacia los hombres y la carne. Por ejemplo los artefactos de caza y los huesos de animales sobreviven más en el registro arqueológico que las frutas y la miel y las herramientas requeridas para recolectarlas. Además, dice la nota, la mayor parte de la información sobre esas sociedades provenía de etnografías escritas entre los siglos 18 y 20 por hombres blancos americanos y europeos que visitaban las comunidades y seguían a los hombres, prestando poca atención a las mujeres.
En los 70 y 80 crecieron las evidencias de que las mujeres contribuían a las dietas no solo recolectando sino cazando; sin embargo el mito de los machos cazadores y las hembras atadas a los bebés y la recolección persistió en la imaginación popular en parte por dioramas en museos y por los medios. Por ejemplo, en 2019, un estudio del que Lee fue coautora, buscó imágenes en Google de humanos prehistóricos y reproducía 207 retratos de hombres cazando por solo 16 de mujeres.
Para ver si el asunto sí era así, Cara Wall-Scheffer, antropóloga biológica en Charles University, junto a estudiantes de biología en Seattle Pacific University buscaron en una base de datos con información de 1400grupos humanos culturales e identificaron 391sociedades recolectoras, grupos que recogían plantas silvestres y que cazaban animales y leyeron reportes recientes sobre ellos.
Buscaron luego menciones de caza, habiendo datos de finales de los 1800 a los 2010 que describían 63 grupos recolectores en las Américas, África, Eurasia, Australia y Oceanía. Las mujeres cazaban en 50 de esas 63 sociedades, reportaron los investigadores.
En las sociedades con mujeres cazadoras, 87 % lo hacían de modo deliberado y no oportunista de cazar por chance una presa, Y los niños no eran problemas. Los llevaban a sus espaldas o los dejaban en la comunidad con otros miembros.
Hallaron además diferencias en las estrategias. En los Agta, los hombres cazaban con arcos y flechas, algunas mujeres preferían cuchillos. Los hombres por lo general andaban solo o en pares, las mujeres cazaban en grupo y con perros.
"Si alguien quería cazar, iba y cazaba", dijo Wall-Scheffer. No había normas rígidas.
Una vez más se comprueba que historias contadas por hombres relegaban a las mujeres.
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