Fue en 2010 cuando se publicó el primer borrador del genoma de los Neandertales y su comparación con el ADN humano reveló que ambas especies se habían mezclado y compartieron genes. Pocos meses después, el análisis de un hueso de dedo encontrado en la cueva de Denisova en Altai, Siberia, reveló que provenía de un grupo que se desconocía. Fueron llamados los denisovanos.
De han encontrado otros pocos huesos: una mandíbula, dientes y fragmentos de cráneo. Todo lo que se conoce de esa especie. Ahora, un estudio que fue publicado en Nature Genetics reveló de manera certera que también se aparearon con los humanos y que tenemos genes que nos aportaron, genes que en algunas situaciones han significado una ventaja evolutiva.
Se han encontrado evidencias de al menos tres eventos pasados en los que los genes de distintas poblaciones denisovanas se incorporaron a las firmas genéticas de los humanos modernos.
Esos eventos muestran diversos grados de similitud genética con los restos denisovanos de la región de Altai, hecho que sugiere una relación compleja entre estos grupos con estrecha relación.
El estudio, encabezado por Linda Ongaro, del Trinity College Dublín, con la profesora Emilia Huerta Sánchez muestra que los dneisovanos vivieron en un gran territorio, desde Siberia hasta el Sudeste Asiático y desde Oceanía hasta Sudamérica. Diferentes grupos parecen haberse adaptado a sus entornos específicos.
Varios genes derivados de los denisovanos otorgaron a los humanos ventajas de supervivencia en diferentes partes del mundo. Ongaro señaló que "Entre estos se encuentra un locus genético que confiere tolerancia a la hipoxia, o condiciones de bajo oxígeno, lo cual tiene mucho sentido, ya que se observa en las poblaciones tibetanas; múltiples genes que confieren una mayor inmunidad; y uno que afecta el metabolismo de los lípidos, proporcionando calor cuando es estimulado por el frío, lo que confiere una ventaja a las poblaciones inuit en el Ártico".

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